Outsider
Domingo 18, a las puertas del Museo: una serpiente humana se cuece poco a poco bajo un sol de justicia. La culpa, al parecer, dejando a un lado la gratuidad del pase y la afluencia masiva de turistas, la tiene Salvador Dalí: la exposición Dalí, Cultura de Masas, quiero decir, organizada con motivo del centenario del artista ampurdanés. La serpiente, menos multicolor que otras serpientes veraniegas, avanza con dificultad; pero el caso es que avanza. Hace una semana nos quedamos sin poder visitar la exposición a pesar de aguantar estoicamente más de una hora de espera; hoy parece que tendremos mejor suerte. Andamos y avanzamos a pasos cortos pero seguros, aunque al final todo se queda en un simple espejismo. A un par de metros escasos, la serpiente humana se detiene; más de treinta minutos sin explicación alguna. A mi espalda, un par de abuelos argentinos comienzan a desesperarse. Ella, mucho más decidida, acusa a las personas que se amontonan en los laterales de haberse saltado ilegalmente la serpiente: vamos, como se dice vulgarmente, de haberse "colado"; estamos tan sólo a un par de metros de la entrada. Finalmente, harta de la espera y de las aglomeraciones, solicita la presencia de un responsable del Museo: después de un charla algo alterada (la abuela argentina le comenta, no exenta de razón, que son muchas las personas que han salido ya del recinto sin que, en contrapartida, se reanude de nuevo el acceso) el citado responsable nos informa de que Dalí (la exposición, quiero decir) está completamente descartado: que hoy nos quedamos con las ganas; que hoy tampoco. Podemos visitar el resto del edificio, pero no queda tiempo material para permitir más visitas en la zona daliniana; nuestro gozo en un pozo. Cuando la serpiente comienza a atravesar la entrada principal, la abuela argentina se enzarza con una rubia de dos metros que hace oídos sordos a sus amenazas. A mí también me acusa de haberme colado (¡juro que no, que soy mucho más civilizado!), y cuando me encamino a depositar mi mochila en consigna se lía a voces acusando a todos los españoles allí presentes de mansos. Me habían llamado muchas cosas a lo largo de mi vida, pero nunca me habían llamado "manso". Además, no estoy completamente convencido de que las personas a las que alude se hayan colado verdaderamente. En ese justo momento, no sé por qué, me acuerdo del amigo Cayetano Lupeña y de sus llamadas metafóricas a la destrucción de los Museos. Qué pretende la abuela argentina, ¿que incendiemos el Reina Sofía?
En otro orden de cosas: lecturas suspendidas y lecturas alteradas. Cuando llego a un punto que parece estable no tardo en hundir las certidumbres, tan débiles, dando vida a nuevas y deliciosas torturas. La cita de Wittgenstein se vuelve entonces imprescindible: Quien enseña filosofía hoy, les da manjares a los otros, no porque les gusten, sino para cambiar su gusto. Sobre la mesa de noche, lectura de cabecera para líneas de insomnio. No obstante, el decorado del saber se estremece ante la llegada de nuevos impulsos. A veces, en contra de nuestra voluntad, nos vemos impelidos a tomar decisiones: no siempre podemos permanecer en stand by, esperando milagros. Por ello, Richard Rorty avisa de la posibilidad de error en que nos vemos siempre inmersos: Nadie puede ser un escéptico ni un relativista practicante. Para acelerar después al paso de los acontecimientos y quedar, como siempre, despeinado. En los ojos, legañas acústicas y gorriones bulliciosos como ondas. Parece que la música entra por la ventana en la profunda oscuridad del sueño. Es una música antigua, una mezcla de Pink Floid y de King Crimson que me lleva directo a la adolescencia. En verano, el cielo negro es como un beso y la luna me recuerda a Ray Bradbury. Ahora, al acabar estas líneas, me uno a la costa más cercana y a la perplejidad de la próxima cita. Son las cosas del verano.
En otro orden de cosas: lecturas suspendidas y lecturas alteradas. Cuando llego a un punto que parece estable no tardo en hundir las certidumbres, tan débiles, dando vida a nuevas y deliciosas torturas. La cita de Wittgenstein se vuelve entonces imprescindible: Quien enseña filosofía hoy, les da manjares a los otros, no porque les gusten, sino para cambiar su gusto. Sobre la mesa de noche, lectura de cabecera para líneas de insomnio. No obstante, el decorado del saber se estremece ante la llegada de nuevos impulsos. A veces, en contra de nuestra voluntad, nos vemos impelidos a tomar decisiones: no siempre podemos permanecer en stand by, esperando milagros. Por ello, Richard Rorty avisa de la posibilidad de error en que nos vemos siempre inmersos: Nadie puede ser un escéptico ni un relativista practicante. Para acelerar después al paso de los acontecimientos y quedar, como siempre, despeinado. En los ojos, legañas acústicas y gorriones bulliciosos como ondas. Parece que la música entra por la ventana en la profunda oscuridad del sueño. Es una música antigua, una mezcla de Pink Floid y de King Crimson que me lleva directo a la adolescencia. En verano, el cielo negro es como un beso y la luna me recuerda a Ray Bradbury. Ahora, al acabar estas líneas, me uno a la costa más cercana y a la perplejidad de la próxima cita. Son las cosas del verano.
1 comentario
pini -
una cola interminable en uno de los días más fríos que recuerde.
y después de no sé cuanto tiempo -para mi una eternidad-nos anuncian que ya no da para más la multitud.
estuve tentada de cruzarme al jardín botánico y olvidarme de la pintura.
ojalá lo hubiera hecho, porque un mes después me vine a enterar que Manuel Vicent ese mismo día había decidido desistir de Manet y contemplar naturaleza viva.